Era su particular «descenso» a un mundo inferior. A menudo, este viaje lo acompañaba de toques de tambor, cantos, bailes, una serie de actividades que tenían dos rasgos característicos: eran rítmicos y monótonos. La repetición y la continuidad permitían centrarse al chamán, singularizar el espíritu enfermo del paciente y visualizar la curación de la persona que debía sanar.