Pasemos a la vid, que, en efecto, es de naturaleza caediza y que, a no ser que esté apuntalada, cae a tierra ella misma, y que, para erguirse, abraza con sus zarcillos, a modo de manos, cualquier cosa que encuentra. Es a esta sierpe de reptil sinuosidad a la que, podándola, domeña el arte de los agricultores, para que no forme una selva de sarmientos y no se propague en exceso por doquier.