—Pero qué dices, ¿estás loco? —Corrí hacia él e intenté quitarle el teléfono. Me rodeó con un brazo para ceñirme a él mientras con el otro lo alzaba para alejarlo de mi alcance. Hasta ese instante no me había percatado de lo alto que era, le llegaba a la altura del pecho y de repente el olor de mi jabón me abofeteó robándome el aliento. Era mi jabón de glicerina pero en su piel había tomado cierto matiz a masculinidad. Cerré los ojos y aspiré. Quise enroscarme como un gatito y dormirme allí mismo.