Tan blancos, de la noche
a la mañana, discretamente
y en total silencio,
los dedos gordos nuestros
y narices ahora se adueñan
de la tierra y se apropian
del aire. Nadie nos ve
ni nos detiene, tampoco nos traiciona:
cada granito abre un lugar
por donde un puño suave
sube con insistencia a revolver
las agujas
y el edredón de hojas
e incluso el pavimento: arietes
sordos, ciegos
perfectamente mudos
ensanchan las rendijas,
van abriendo boquetes. El agua
es nuestra dieta,
las migajas de sombra,
suave nuestro ademán que pide poco
o nada: somos tantos,
tantísimos. Estantes
y mesas somos: mansos,
comestibles, avanzamos
a empujones, codazos,
sin querer: nuestra especie
crece y se multiplica: a la mañana habremos
heredado la tierra. Ya tenemos
un pie frente a la puerta.