Tenemos que empezar a aferrarnos a todo
lo que nos rodea, porque nadie sabe qué podríamos
necesitar. Tenemos que llevarnos con nosotros
el aire; y el peso que creíamos
que era una carga ahora resulta que es el pulso
de nuestra vida y la brújula de nuestro cerebro.
Los colores equilibran nuestros miedos, y la existencia
se empieza a taponar a menos que nuestros pensamientos
tengan lugar sin vigilancia y permitan que se filtre una fuente
de payasadas esenciales por nuestros sueños.
Y, ay, espero que aún podamos arreglar
que el viento siga soplando, y que de vez en cuando
haya algún sacudón, como la lluvia,
y aventuras aisladas que a nadie le importen:
amor inofensivo, carcajadas sin medida en las esquinas,
familias que gruñan apiñadas en el living
como osos en la cueva del piano.