¡Che, menos ruido!
—le dije enojado
a la cascada de Boiana—
¡Qué te hacés la esencia,
qué te hacés el profeta!
Chiquita, lamentable cascadita –
cae, larga espuma
y se acalambra
como un histérico epiléptico;
juntando fuerzas,
como para romper
mis dos botellas de vodka,
que en la naturaleza yo quería... ay…
Tierna puesta de sol acaricia las cimas.
Vital (y moribundo) va cediendo:
el eco de vejetes sapucayeros,
la risita erótica de abuelas presumidas…
Y el sollozo de un alma…
Saqueada.
(Traducción de Eugenio López Arriazu)