Ladrillos de la tapia,
tanto más viejos que la casa misma,
extraídos, supongo, de una granja
que tiraron abajo para construir la calle,
angostos ladrillitos de otro siglo.
Hecha con parapetos y paneles,
de todas formas es
una modesta tapia tras las flores:
rosas y malvarrosas,
las vainas color plata del lupín,
el flox de sabor dulce
y la lavanda gris,
que nadie ve.
Pero yo descubrí
los colores ocultos de la tapia,
que despertaron cuando rocié con la manguera
su áspera superficie:
un rojo indefinido,
un dorado rugoso,
un malva salpicado
por unas tenues sombras,
surgido del callado y reseco marrón:
arquetipo
del mundo un paso siempre más allá del mundo,
que no puede buscarse, solamente
encontrarse
con ojo vagabundo.
Traducción: Ezequiel Zaidenwerg